05 de abril de 2017
Hablo de Pepe Sebastián, Oficial de Administración de la Real Academia Alfonso el Sabio de Murcia, de la que me honro en ser Secretario General. Pepe se ha ido con Dios, una madrugada reciente. Se ha ido del brazo del invierno, que se lo ha llevado arrebatándoselo a la primavera, celosa, que ya no podrá gozar darle ese beso del sol que aún no arde, en su noble mejilla de hombre bueno y trabajador. Un hombre bueno, amante del trabajo bien hecho y de la educación esmerada por comportamiento.
Pepe era como la Academia en sí misma. Lo sabía todo; era memoria viva, era omnisciente administrativamente hablando, y manejaba el estilo oficial de los comunicados como si los hubiera inventado él. Pero, con todo, no eran éstas, cualidades técnicas al fin, las virtudes que lo adornaban en grado máximo. Su mayor mérito era el humano. El tratar a todos con educación, una educación más allá del debido respeto, ese respeto oficial con el que nos correspondemos todos, cada día. Pepe Sebastián sabía estar en su sitio, con una dignidad y un señorío, que, muchas veces estaba por encima de posturas personales encumbradas de algunos equivocados que confunden erudición con sabiduría. Y Pepe Sebastián agradecía con el gesto, con el mutuo respeto, con su silencio productivo, a quien le correspondía con afecto. Todo esto hacía mejor su servicio.
Pepe Sebastián era una persona buena, en el buen sentido machadiano de la palabra, un servidor de lujo de la Academia. Un espejo para todos los Académicos, sin duda. Su fidelidad a la Academia no tenía parangón. Muy difícil será reemplazarle, y nunca a plena satisfacción, en las tareas de la cotidianidad administrativa. Pero, no ya difícil, sino directamente imposible será rellenar el hueco que nos deja a todos los Académicos, su falta. Porque es una carencia cordial, la que nos está produciendo ya su óbito. La Academia era su segunda familia, y todos nosotros, como sus hermanos menores. Como tales, nos sumamos a su familia de carne y de sangre, para llorar su marcha, para lamentar su ausencia y para memorar su legado de bonhomía, de honradez y de eficacia laboral a toda prueba.
Pepe Sebastián, descansa en paz, y recuérdanos, allá donde te hayan ubicado, sin duda por las alturas divinas de tu fe, a todos con el mismo afecto que todos nosotros te recordaremos siempre.
Un abrazo de todos los Académicos.
Santiago Delgado
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