Los murcianos en la defensa de la Monarquía de Carlos II

La Monarquía de Carlos II fue un gigante con pies de barro. A finales del siglo XVII, el patrimonio señorial dependiente del rey de España conformaba una estructura global con territorios distribuidos por cuatro continentes. Aunque Madrid era el corazón de esa Monarquía, otros centros de poder –Nápoles, Bruselas, México, Lima o Manila- se convirtieron en emisores de decisiones políticas y transmisores de formas culturales que poseían bases comunes. Esa multiplicidad de espacios resultaba costosa de mantener, sobre todo ante los deseos de otras potencias europeas, en especial la Francia de Luís XIV, de convertirse en hegemónicas en el contexto europeo.

La imagen de Carlos II ha variado desde la visión tan positiva que poseyeron sus contemporáneos. La tradición ilustrada y los historiadores liberales hicieron mayor hincapié en las sombras de un reinado que se debatía en numerosos frentes de batalla. Actualmente, el foco de atención se ha centrado en los instrumentos que permitieron al último monarca de la casa de Austria conseguir mantener la mayor parte de su inmenso patrimonio unido. Las necesidades de la Monarquía se resumían en hombres y dinero, lo que no era nada extraño desde que los Reyes Católicos habían puesto las bases de su proyección exterior. Sin embargo, Carlos II requirió de estos recursos de un modo urgente, amplio y reiterado, ante la diversidad de fronteras activas que surgieron desde 1665 (Portugal, Flandes o Cataluña).

El reino de Murcia contribuyó de una manera notable a la conservación de esa Monarquía. Si bien era un territorio periférico dentro del conglomerado castellano, hacia 1680 se constata un cierto desarrollo económico que pone las bases del período de expansión de la centuria posterior. Los murcianos tendrán que hacer frente a su defensa ante los distintos enemigos que surcarán sus aguas litorales, pero también ayudarán en otros espacios a mantener la soberanía de Carlos II.

Así pues, los escenarios de esa contribución murciana vendrían dados por:

1. La defensa de la costa. Aunque el peligro berberisco había disminuido a fines del siglo XVII, todavía hacían acto de presencia las galeotas argelinas, lo que requería con frecuencia la acción de las milicias del reino. Hasta un siglo después, perduró este fenómeno que se había convertido en estructural en todo la costa mediterránea desde la Baja Edad Media.

2. El temor de la armada francesa. El almirante Tourville surcó el Mediterráneo desde Cataluña a Cádiz imponiendo su primacía naval y transmitiendo el temor entre la población costera. Pese a que probablemente fueran las ciudades de Barcelona, Alicante y Málaga las más perjudicadas por los cañones franceses, en la costa de Murcia también se sufrió la amenaza francesa. Entre 1691 y 1694 se produjeron nueve prevenciones de milicias, de las que cuatro terminaron con la movilización de tropas a Cartagena.

3. Los socorros a Orán. La población murciana contribuyó con tropas y víveres al sostenimiento de esta plaza de la Monarquía en el norte de África que tantos vínculos poseía con el sureste castellano. En 1685 y 1688 se enviaron las milicias, a pesar de las resistencias que ofrecían los vecinos que las componían de embarcar en Cartagena.

4. La defensa de Cataluña. Los continuos avances del ejército francés en las comarcas pirenaicas durante 1690 y 1691 determinaron a la Corona solicitar una cooperación suplementaria al resto de reinos y provincias de la Monarquía. En esta demanda de soldados encargados de frenar las conquistas del ejército de Luis XIV, la ciudad de Murcia participó con dos compañías de infantería en 1690 y 1693.

5. Los otros frentes de la Monarquía. Numerosas levas se reclutaron entre la población murciana en las últimas décadas del siglo XVII. Los destinos de todas estas tropas fueron diversos, aunque una parte importante se destinaron a los virreinatos italianos (45%), Orán (20%) y Cataluña (13%).

La colaboración del reino de Murcia con la Corona se basó en las contribuciones realizadas por la población, si bien la mayor parte de los beneficios que reportaron estos servicios fueron capitalizados por las elites locales regionales. Aunque no era mucha la experiencia de los soldados enviados a todas esas fronteras, al menos permitía facilitar una cierta argamasa que mantenía unida esa Monarquía con pies de barro.